jueves, 29 de octubre de 2009

Día III



Hoy me preguntaron qué animal me gustaría ser si no fuese tortuga. Fue fácil responder. “Un ave. Una golondrina”, dije. Me gustaría poder volar de un lado al otro sin tener que llevar a cuestas este caparazón, que con los años se hace cada vez más pesado. Aunque también tiene sus ventajas, no lo voy a negar, llevar conmigo un hogar dónde morar feliz en cualquier parte…sí, tiene sus ventajas. Claro que poder migrar a gran velocidad de verano en verano tiene un encanto difícil de negar. Las golondrinas, además, son tan bellas y misteriosas. Tienen ese “no se qué” romántico que atrae a tantos poetas…

En cambio las tortugas…arrugadas, verdes, tan lentas…es lógico que nadie se detenga a observarnos, a tratar de conocer los misterios que escondemos en el caparazón.

Un vuelo esbelto y misterioso, que llega de repente y se va, sin anunciarlo, cuando soplan los primeros vientos del invierno…es sexy. La idea de poder retener a una golondrina, ofreciéndole calor en el invierno es una idea seductora, incluso sabiendo de antemano que no se quedará… o no??

En cambio cuando llega una tortuga, todos saben que tardará mucho tiempo en irse. Todos saben que se puede confiar en una tortuga, porque las tortugas no sabemos mentir. Porque siendo tan lentas, no nos queda opción que pensar bien a dónde queremos ir, dónde queremos estar y, por lo tanto, cuando decidimos dirigirnos a tal o cual lugar, nos ponemos en marcha y nos jugamos la vida por llegar. De más está decir que dentro de esa decisión está la idea de llegar para quedarse. Eso puede interpretarse como gran seguridad en uno mismo, y asusta. Una gaviota promete placeres indescriptibles, pasiones inigualables, veranos felices… y luego se va, sin saber por qué, pero sobre todo genera en los demás una sensación de libertad, y la tranquilidad de no tener que hacerse cargo, si acaso no funcionara lo que podría haber sido. Aunque esto también genere la angustia de perder aquello que podría haber sido, parece ser que las inseguridades de este siglo prefieren guardar en un recuerdo el dulce sabor de lo efímero, en lugar de arriesgarse al fracaso emocional que implica hacerse cargo de uno mismo.

No es un buen siglo para las tortugas, y seguramente por eso respondí de tal manera… si fuese otro animal sería golondrina y negra.

Y ahora discúlpenme, pero quiero dirigirme a mis amigas tortugas. No se aflijan compañeras! No pierdan las esperanzas, ni traten de volar sin alas. Todo lo que sube baja, dijo una vez un tortugo, Isaac le decían. Sabias palabras, por cierto. Todo ser en algún momento necesita tierra firme, necesita un sitio dónde caer. No se aflijan compañeras! Cuando las golondrinas caigan y los poetas dejen de soñar con la esperanza del verano; cuando las alas quebradas por tantos fracasos y decepciones, obliguen al aterrizaje forzoso, nosotras las tortugas correremos con ventaja. Mientras ellos vuelen deslumbrados, tras aquella golondrina, nosotras habremos dado tantos, firmes y seguros, pasos en esta tierra sombría y habremos aprendido tanto, a vivir sin que nos miren, que cuando ese día llegue; cuando todos los seres se encuentren desorientados, tristes y desolados, abrazados a los juncos sin poder tenerse en pie, por el mareo que causa el vuelo sin sentido; será entonces, cuando las tortugas decidamos si vale la pena o no, mostrarles el prisma que aquel tortugo nos regaló. No desesperen, amigas tortugas! De la tierra no podemos caernos. Llevamos en el caparazón el diamante necesario para ver un arcoíris donde quiera que vayamos.

La golondrina es hermosa, esbelta, sexy y llena de veranos…pero tarde o temprano el invierno las encuentra. Y cuando esto sucede, cuando sus alas flaquean y se vuelven alcanzables, predecibles… la sensualidad también las deja, y vivieron tanto tiempo volando de aquí para allá, sin detenerse a pensar que algún día el destino les podría fallar, que les resulta terrible la tierra y la soledad.

En cambio nosotras, tortugas, decepcionadas de entrada, acostumbradas a fracasar, que más nos puede importar el sueño de poder volar? No se trata más que de sueños, incluso en la realidad. Quien tiene caparazón e inviernos, disfruta soñando con volar, disfruta la maravilla de contemplar cómo de la blanca nieve una rosa puede brotar. Quien aprende a llevar su caparazón con la mirada altiva, dudo que la soledad pueda causarle grandes heridas.

Y esas son cosas de tortugas…

En definitiva… quién quiere ser golondrina??!! Yo paso.

Prefiero seguir mis pasos a dónde mi caparazón me guíe. Prefiero no marearme mirando al cielo y soñar con aquel día.